Cuando dibujar no es una impostura

Creo que Sigurd Lewerentz pertenece a esa estirpe de arquitectos de los que Valerio Olgiati dice que "valoran la excelencia de su trabajo por encima de su propia carrera", en contraste con la postura común en el panorama actual, rendido al patrón del arquitecto estrella.

Consultando la excelente colección de dibujos de la revista a+u queda patente este empeño por la excelencia, este inconformismo hacia toda decisión del proyecto que no se haya probado y verificado, de manera casi obsesiva, por medio de dibujos. Publicada originalmente a principios de este año en dos números independientes, ha sido tal su éxito de ventas que se agotaron los ejemplares en apenas dos semanas; afortunadamente desde abril contamos con una reedición que ha fundido los dos volúmenes en un tomo conjunto.


Hoy nos hemos acostumbrado a que el dibujo cargue con intenciones bien diferentes. Vivimos en tiempos en los que la profesión ha cobrado tal grado de complejidad por la intervención de agentes burocráticos, normativos y técnicos –en muchos casos completamente ajenos a la propio campo de la arquitectura (grupos de presión mercantil que imponen productos, protocolos de trabajo y modelos de consumo)– que no es infrecuente que el proceso de proyecto se encuentre divorciado del puramente ejecutivo. No son pocos los arquitectos que han renunciado a traducir sus proyectos al lenguaje hipertrofiado del trámite, sólo pendiente de la formalidad superflua. Así han proliferado las oficinas técnicas o consultorías ocupadas en dar encaje normativo y de control productivo a proyectos de arquitectura. Aquí el dibujo alcanza la categoría jurídica y la arquitectura la del acto notarial, despojada de toda trascendencia, reducida al formulario procedimental.

En Lewerentz, por el contrario, el proyecto de ejecución y los planos de obra constituyen la expresión más pura de su arquitectura. En su trabajo el dibujo no fue una coartada normativa, no tenía intención de constituir un pliego de descargo frente a una compañía de seguros en el supuesto de un futuro desperfecto. Sus detalles eran su herramienta de pensamiento más incisiva, el anticipo de su arquitectura. Y como tal se muestran: desnudos de preciosismo, desentendidos de toda retórica gráfica, de esnobismos, despreocupados por el incierto valor que les tuviese que otorgar la posteridad. Detalles a escala 1:1. Dibujos que no son un fin en sí mismos. Dibujos que son arquitectura.