De la vida de las marionetas

Frank Gehry

"Mansilla y Tuñón, cuando fallece Luis, desaparece. No tengo ninguna vocación de reinventarme ni de crear un nuevo personaje para una nueva situación. Ya mi vida..."

Decía hace muy poco Emilio Tuñón y dejaba la frase en ese punto, sin terminar.

La imagen de los arquitectos que nos hemos construido no es la de personas, sino la de figuras al margen de la vida. A diferencia de la gente del cine, de músicos, de escritores o incluso pintores, su vida no interesa, sólo su obra. No es que no interese, es que no cuenta. Nadie se detiene a pensar que pueda influir en su trabajo. Su obra está al margen, creen.

Muy pocas vidas de arquitectos despiertan el interés de los estudiosos de la disciplina, que por el contrario consideran indigno y propio de la prensa amarilla ocuparse de tales extremos. Hay un pudor por conocer, por encontrar respuestas en lo cotidiano, que resulta inexplicable.

Esta carencia provoca el empobrecimiento en la compresión de una disciplina que, como cualquiera, está determinada por la vida de sus protagonistas. Si Hitchcock filmaba a rubias, Hopper pintaba la soledad y Bernhard describía la desolación, si incluso Bukowski, Marilyn Monroe o Warhol hicieron de su vida parte de su obra, ¿por qué no sabemos nada de la vida de los arquitectos?