La coartada

Reflexiones yuxtapuestas en torno a la impostura.

¿Es posible plantearse hoy una carrera en arquitectura sin construirse un discurso que la sustente, envuelva o incluso enmascare?

En el panorama actual es precisamente esta componente teórica la que más se ha globalizado. Cualquier arquitecto expondrá su discurso primero y después presentará sus proyectos como una extensión consecuente y necesaria de aquél. Es impensable una arquitectura que se ofrezca desnuda, sin el apoyo de las palabras; sería inmediatamente desestimada por los espectadores sedientos del calmante de la doctrina. Sin embargo las obras de la antigüedad nos han llegado sin manual de instrucciones, sin argumentario, sin receta. ¿Las hace esto peores?

El canal audiovisual de un museo danés ha presentado recientemente un vídeo con 7 arquitectos globales (de diferente edad, nacionalidad y condición) en actual ejercicio de la profesión en el que hablan de la disciplina. Todo en ellos es diferente menos la necesidad de protegerse tras un corpus teórico más o menos elaborado, pero en todo caso construcción abstracta bajo cuya armadura se sienten más protegidos.

Recuerdo las primeras entrevistas que le dedicaron en occidente a una famosa arquitecta japonesa. Un buen ejemplo lo tenemos en una de nuestras revistas nacionales, en la que unos esforzados colegas españoles, adalides de la especulación teórica, se estrellaban constantemente contra el muro de la ingenuidad oriental. Preguntas cargadas de densidad política y social, con interpretaciones heróicas de los proyectos analizados eran devueltas con la más descorazonadora evidencia: No existía nada de aquello que les proponían, la realidad era mucho más sencilla, más evidente.

Hace muchos años formé parte de la sesión crítica de fin de curso en una universidad española, junto con otros dos colegas mucho más versados que yo en el espesor metarreferencial que, al parecer, hay que impostar en dichas ceremonias. Ante el proyecto de un alumno hice unos comentarios que fueron juzgados demasiado ligeros, pues fui recriminado tanto por el alumno como por el profesor de aquella clase (uno de los ejemplos más claros de impostor que me he encontrado en la docencia) que no fuese a formular un discurso más retorcido.

No sé cuándo nació esta moda que se ha convertido en epidemia, si fue Duchamp, las universidades americanas o los enterradores del Movimiento Moderno. Pero parece fácil constatar que nos hemos convertido en fundamentalistas de esta impostura. ¿Es posible ser arquitecto hoy sin llevar el discurso por delante? ¿Hay sitio todavía para permitirle al espectador hacer el análisis? ¿No es más interesante la elípsis, el no aclarar todo, dejar que el otro elabore, que interprete lo que tú has escrito? ¿Aporta algo toda esta morralla teórica?

¿Tiene menos interés una arquitectura que esconde sus motivaciones?