Los límites de la arquitectura

América suburbana. Barrios residenciales anodinos. Vecinos con gorra de béisbol que siegan el césped, niños que pasean en bicicleta. Viviendas de balloon-frame. El sueño americano. En este contexto tan inapropiado nació un tipo arquitectónico, la oficina-taller más famosa de los últimos 50 años: el garaje.

Lugar de peregrinación profana

La oficina sin la cuarta pared, en contacto con la calle y con la vida sin alicientes de un entorno retratado con precisión y sin compasión por la literatura, el cine y el arte norteamericano de la segunda mitad del siglo XX. El barrio donde nunca pasa nada (o donde puede pasar lo más siniestro). Allí donde un arquitecto ni siquiera sospecha que pueda haber arquitectura, en el punto más alejado de la actual moda del coworking, en un espacio sin carácter, aislado y subsidiario, es precisamente donde surgen algunas de las iniciativas con mayor repercusión social y económica de nuestro tiempo.

Un simple repaso por su historia lo desvela: El tipo arquitectónico no es una creación de los arquitectos, mal que les pese, sino de los usuarios.

Porque el garaje no es sólo oficina o taller. También es sala de fiestas, destilería clandestina, circuito de carreras para maquetas de trenes, cuarto de juegos, gimnasio, local de ensayos musicales, estudio de grabación o epicentro de los famosos garage sales norteamericanos, entre otras adaptaciones.

Ejemplos: Microsoft, Apple o Google son tres de las múltiples y famosas empresas tecnológicas que nacieron en un garaje; este mismo espacio acogió al primer estudio cinematográfico de Walt Disney; como tantos otros conjuntos musicales, The Beach Boys empezaron ensayando en este lugar tan habitual (tanto que incluso llegó a acuñarse un género, el garage rock, que se hacía eco de esta práctica); empresarios, artistas e incluso algún arquitecto también han tenido alguna vez su centro de operaciones en un garaje.

Tal es su aceptación, que ha terminado calando en la cultura popular –especialmente norteamericana–, alimentado el imaginario colectivo de generaciones y empujándolo prácticamente hasta la categoría de mito: Algunos son hoy lugares de peregrinación profana...

Un vulgar garaje para ilustrar los límites de la arquitectura, que ni es imprescindible para el óptimo desarrollo de una actividad ni puede anticiparla, por mucho énfasis que ponga en su faceta inventiva. El comportamiento del usuario de un espacio tiene una repercusión sobre el uso y desarrollo del mismo mucho mayor que los planes previos que hubiera trazado el arquitecto. Las personas y su comportamiento siguen llevando la iniciativa en la gestión de las categorías de la arquitectura.

[ACTUALIZACIÓN 30.10.13: aquí]