La mayor distancia que media entre el imaginario colectivo de los arquitectos y su mediocre realidad no se encuentra en la precaria situación laboral del momento, sino en su autismo frente a las preguntas del presente. Resulta también su principal fracaso. Y supone una gran decepción para quienes se dedican a un campo que en otros momentos de la historia desfilaba a la cabeza de la expedición.
¿Alguien recuerda ya cuánto tiempo hace que la arquitectura no participa en la reflexión colectiva de nuestra vida en sociedad? Se trata de un mal genérico, independiente del mercado y que contribuye al aislamiento y desinterés del mundo por la disciplina. Cómo puede ser que la arquitectura permanezca sin respuesta ante los acontecimientos que cambian el mundo. Por qué una fecha bisagra como el 11.09.2001 ha catalizado obras en literatura, cine, música o en el arte en general –por no hablar del nicho más puntero de la cultura, agazapado en algunos recovecos de internet–, pero no ha recibido una reflexión consistente desde el campo de la arquitectura, precisamente cuando era un edificio el cuerpo del símbolo que fue atacado. Es inexplicable. Y quien dice aquella fecha dice cualquier desafío de nuestro día a día.
No hablo de política, no hablo de sociología ni de arte. Hablo de arquitectura.
Sin nostalgia. En algún rincón hay hoy arquitectos respondiendo satisfactoriamente a esta cuestión pero, por desgracia, los medios de difusión deciden no atender.