En construcción

La arquitectura se levanta siempre sobre precedentes. El signo de una obra lo determinan tanto el trabajo de su autor como las fuentes de las que se alimenta. Lo mismo podría decirse incluso de su interés y relevancia.

No es cierto que toda la historia de la arquitectura se despliegue ante nosotros con idéntica disponibilidad, para que podamos configurar un catálogo propio a partir de ella. Los prejuicios inoculados en los años de formación constituyen un incómodo lastre que nos esclaviza hasta que no conseguimos liberarnos de ellos. Los que lo consiguen. Muy pocos. 

Con todo, hay lecciones de Escuela todavía peores: el silencio sobre determinadas arquitecturas, por ignorancia o recelo, hace todavía más daño. Cegados por su dogma, nadie parece darse cuenta de que no existe mayor germen de pobreza para una disciplina que el desconocimiento de todos sus registros posibles.

Sin embargo la formación académica es empleada a modo de gran embudo, más para fatigar el camino conocido que para abrir otros nuevos. Con irritante miopía se premia al que lo estira frente que al que lo ensancha.

Enric Miralles

Si hay algo por lo que Enric Miralles resulta admirable es por haber sabido buscar más allá de nuestras fronteras, venciendo ese autocomplaciente 'estilo nacional' que no perciben los que no miran desde fuera. En un medio en el que es casi imposible escapar al influjo de la doctrina, en un contexto anquilosado que se perpetúa a sí mismo ad infinitum, él fue de los pocos que supo hacer algo diferente.

Miralles, ese genio de generación espontánea para los desinformados, fue en realidad alguien que buscó otras fuentes alternativas a las oficiales. Sin despreciar el recetario heredado, decidió añadir sus propios ingredientes, cosechados en huertos selectos en los que nadie más entra.

Su lección va más allá de la de su arquitectura sorprendente y genial. Es también un grito contra la actitud perezosa y acomodaticia de recibir un manual y conformarse con él. Contra la renuncia a la libertad de desbrozar una senda propia, en lugar de tomar la que ya existe. Miralles supo abonar su propia parcela, ocuparse de las raíces cuando el resto de los arquitectos españoles se preocupaba tan solo de podar las ramas.