Así se llama la
exposición dedicada a
Fisac y
De la Sota, aunque en singular –mirada en paralelo– resultaría más apropiado. La mirada del espectador, pues la de los arquitectos sobre su disciplina fue más bien divergente, como allí queda bien apuntado; la trayectoria del primero avanzando hacia la expresión artesanal de los sistemas de producción industrial, la del segundo tendiendo hacia la abstracción total que permitía la construcción con el mismo medio. El folleto introductorio refleja cómo "
Miguel Fisac, obsesionado con la búsqueda del sentido estético final del hormigón armado, acabó su carrera moldeando prefabricados pesados, mientras que, por su parte, De la Sota acabó construyendo únicamente con prefabricados ligeros de última generación, construyendo obras cada vez más livianas."
Son dos arquitectos bien conocidos, ejemplares de nuestro siglo pasado, por lo que no se trata de una exposición de sorpresas, más bien de reconocimiento y repaso de sus trayectorias. Lo que a la vez permite una lectura en la que dos aspectos nucleares de sus carreras contrastan especialmente con nuestro momento (al margen de lo prolífico y la altísima calidad de su obra, en realidad el mayor punto de contraste con un presente tan mediocre).
Sorprende que, precisamente generaciones de arquitectos que se educaron en el clasicismo, sean las que mejor supieron expresar el lenguaje moderno y ofrecer una imagen que hoy no ha variado sustancialmente, a pesar de que sí que lo ha hecho la formación del arquitecto. Leyenda de pioneros que ya había empezado antes al norte de los Pirineos y en los Estados Unidos y que tiene en estas dos figuras su expresión más clara en nuestro país. Es inquietante observar sus ejercicios de escuela, los retratos, los proyectos, comprobar su atención a aspectos en los que ya no pensamos más o admirar el cuidado de sus dibujos por matices que hoy ni siquiera comprendemos.
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Fisac. Capilla del Espíritu Santo. 1942-47 |
Consecuencia probable de lo anterior sea su concepción de la disciplina como un acto de creación integral que no termina en lo puramente inmueble. Su formación artística exigía saciarse con la decoración espacial, con el diseño del mobiliario y, en general, con la idea de que el proyecto sólo está completo cuando todas las partes reciben respuesta. Entre lo mejor de la exposición se cuentan las butacas y una lámpara de Fisac allí presentes, así como dos puertas, una de cada arquitecto para sendos proyectos, que despiertan a parte iguales admiración y una tremenda envidia. Es evidente que elementos como estos contribuyen a caracterizar la arquitectura tanto como decisiones puramente espaciales.
Un planteamiento, sin embargo, que con el asentamiento de la industrialización ha devenido contradictorio. Es verdad que la práctica no ha hecho más que refrendar lo que en la teoría parecía presumible, pero no es menos cierto que el fenómeno ha terminado resumido en la producción de dos o tres modelos estándar para cada pieza de la construcción y reducido muchas veces la arquitectura a la ingrata labor de escoger variaciones de las mismas fichas, tratando infructuosamente de formular algo nuevo.
¿Renegamos de la producción estandarizada y nos abandonamos todos a diseñar hasta el último rincón de los edificios? Entonces no habríamos aprendido nada de esta exposición, y en ella –el eterno retorno mediante– se encuentran las claves para superar nuestra coyuntura: Saber escapar del catálogo del clasicismo para formular una arquitectura consistente con aquel momento fue su apuesta.